Biografia

Pablo De Monte nació en Buenos Aires en 1960.  Licenciado en Artes Visuales, Instituto Universitario Nacional de Artes (IUNA); Posgrado en Lenguajes Artísticos Combinados, IUNA. Es docente de pintura (IUNA) e investigador del Museo Nacional de Bellas Artes

Su primer muestra individual fue en  1990 en la galería Jacques Martínez. Expuso en la galería Julia Lublin, Art House, Loreto Arenas, Galería Rubbers, Consulado Argentino, Nueva York; Galería Soraya Martínez, Nueva York; Casa 13, Córdoba; Museo Caraffa, Córdoba; MACLA, La Plata; Fundación Banco Patricios y Centro Cultural Recoleta. Acualmente es representado por la Galería Jacques Martínez. 

Participa en muestras grupales: Centro Cultural Ricardo Rojas (UBA), Centro de Arte Contemporáneo, Chateau Carreras, Córdoba; Galería Soraya Martínez, Nueva York;  ArteBA - Fondo Nacional de las Artes (2001); “Discontinuos”, Centro Cultural Recoleta.

Ha recibido entre otras distinciones: Gran Premio Adquisición, Fundación. Federico Lanús, Fondo Nac. de las Artes; Ternado, "Artista Joven del Año", Asociación Argentina de Críticos de Arte (1998); Premio a la Creatividad Artística en Artes Visuales, Fondo Nacional de Las Artes (1999);  Premio Adquisición a la Pintura joven, Telefónica de Argentina; 3er. Premio, Salón Manuel Belgrano (Pintura), Museo Sívori (2006); 3er. Premio Pintura, Salón Nacional (2011). 

www.galeriajacquesmartinez.com

Apuntes fragmentarios sobre la obra de Pablo De Monte

Ser y parecer. El impulso de placer y el impulso de muerte, como dos caras de una misma moneda,  subyace en estas representaciones que De Monte actualiza con una mirada del presente. Poniendo en pie de igualdad a mujeres heroicas, De Monte, toma la leyenda de Anahí, la joven y poco agraciada nativa que da origen a nuestra hermosa flor nacional. Miembro de una tribu muy aguerrida, Anahí es tomada prisionera. Durante la noche mata al centinela que la vigila y esto desenlaza su destino en la hoguera. Como Juana, muere por el poder de las llamas pero antes se transfigura. Del ocre de su piel nace el púrpura de la exótica flor del ceibo. Su fealdad se convierte en la innegable apelación sensual de la carne aterciopelada. La de una corola envolvente que deja entrever su interior que De Monte revela de insoslayable resemblanza genital. Anahí y Juana, dos mujeres heroicas que a su tiempo simbolizaron a la lucha de sus respectivos pueblos. Una mata, la otra lucha. Ambas mueren ardiendo en las llamas de su pasión. Ambas “locas” como muchas veces y, aún hoy, fueron apeladas las mujeres que se atrevieron a desafiar a la autoridad o territorialidad masculina.

María José Herrera, “El cuerpo del delito” (Prologo del catálogo), Muestra: “Transfiguraciones y martirios”, Fondo Nacional de Las Artes - Centro Cultural Recoleta. Buenos Aires, 2001.

 


Si hay algo que todas las obras de De Monte tienen en común es el efecto de espejismo, de dudosa realidad de lo percibido. Desde el primer contacto perceptivo surge la pregunta acerca del estatuto –real o virtual- de un universo plástico que desecha certezas. Todo oscila entre lo puramente visionario y lo  verdadero que responde a lo conocido.  Apenas identificamos un espacio figurativo irrumpe la variante abstracta. En ese espacio ambiguo habitan figuras desnudas, fragmentadas o en insólitas posturas, que oscilan entre la representación de algo viviente y la alusión a la escultura estática plantada en el espacio. En consecuencia, el movimiento imaginado desemboca repentinamente en una congelada inmovilidad y así la visión de lo supuestamente real deriva, casi sin que nos demos cuenta, en pura ilusión.  

Elena Oliveras, “Pablo De Monte”, revista ArtNexus, N° 80 - 2011, pag. 91 - (nota sobre una muestra en Galería Jacques Martinez)

 


¿Cómo es posible pensar las imágenes después del psicoanálisis? Una primera vía se aproxima a éstas según componentes simbólicos, como formas del retorno de lo reprimido. Un ejemplo paradigmático de este punto de vista se encuentra en la célebre retrospectiva de Louise Bourgeois, que recientemente exhibió la Fundación Proa.
Sin embargo, podría decirse que hay algo pre-psicoanalítico en esta concepción simbólica de las imágenes que, incluso, termina por reducirlas en soportes imaginarios.

Para confrontar esta posición, y poner a la orden del día el alcance del psicoanálisis como teoría estética, es que proponemos una apuesta a la acepción de lo real menos considerada en la reflexión contemporánea acerca del arte: lo real como aquello que se presenta sin mediación simbólica, ni encarna un soporte imaginario, no reconduce a un intuicionismo ni a una dialéctica del ser y la apariencia; sino a tres estructuras formales de la mostración: el velo, la escena y la pantalla.

Luciano Lutereau, “Lo Real / La mirada”, Buenos Aires, 2011.

 


La inestabilidad de los cuerpos, los fragmentos corporales, la síntesis cada vez más aguda de los rasgos vuelven huidizos e inasibles a sus personajes. El desentendimiento de los diálogos, las relaciones condenadas al fracaso, la soledad de un monólogo o los deseos insatisfechos tiñen tenuemente las obras. Pero además, el cuerpo mismo de la obra da cuenta del eterno problema del paso del tiempo: en el pasaje desde los primeros bocetos al soporte definitivo algo se manifiesta y algo se “desliza”. Una huella, una marca, un rastro que, desde las sombras, indica que algo hubo o sucedió antes. Como lindando con los problemas de la mirada planteados por Merleau Ponty o Lacan, sus lecturas actuales. Esa mirada que nos relaciona con las cosas en la que “… algo se desliza, resbala, pasa [transcurre], para ser siempre, en algún grado, eludida”. O para transformarse en estatua de sal.

María Teresa Constantin, texto curato rial para la muestra “Te convertirás en sal”, Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, 2009.


Anibal Buede